En efecto, todos, unos más, otros menos, tenemos distintas discapacidades. No somos perfectos, somos imperfectos, en mayor o menor grado. El paso del subdesarrollo al desarrollo no se limita al crecimiento del PIB, incluye nuestro crecimiento como personas. Y este crecimiento pasa por la aceptación, la acogida del otro, la inclusión en oposición a la exclusión.
Si bien se afirma que hemos sido creados a imagen y semejanza del Señor, de ello no se infiere que seamos perfectos, muy por el contrario, estamos llenos de imperfecciones, ya sea de cuerpo o alma, a la vista u ocultas.
Con nuestras actitudes, conductas y decisiones podemos producir y profundizar discapacidades. El rechazo, en vez de acoger una discapacidad, es una forma de agudizarla. Por décadas hemos excluido, marginando parte de la riqueza contenida en cada uno de nosotros. La desconfianza en el discapacitado es desconfianza hacia nosotros mismos. Es un imperativo pasar al estado opuesto: confiar en el discapacitado. Cada uno de nosotros tiene mucho que aportar, a mucha honra.
Es importante tener presente que toda discapacidad en particular limita el desarrollo de pocas o muchas actividades, pero no todas. Y se ha comprobado que toda discapacidad facilita, alienta el desarrollo de capacidades que buscan suplirla. Toda moneda tiene dos caras. Una discapacidad física tiende a ser compensada intelectualmente, y viceversa. Quien no escucha, ve bajo el agua; quien no ve, escucha lo inimaginable. Lo uno va con lo otro.
Uno de los indicadores del desarrollo de una sociedad humana, democrática, en todo el sentido de la palabra, viene dado por su capacidad para incluir, para acoger. Los regímenes totalitarios suelen incurrir en lo contrario, por la vía de excluir o exterminar a los discapacitados mediante programas especiales, segregándolos o confinándolos a establecimientos ad-hoc. Establecimientos a los que se les asignan los más diversos nombres –desde sanatorios, residencias, campos de concentración o reclusión- que obedecen a distintos nombres.
La forma en que abordamos el tema de la discapacidad delata nuestra menor o mayor voluntad para discriminar, ya sea en la vida familiar, social, como laboral. Si bien se observan avances significativos, sin embargo aún falta mucho camino por recorrer. La no discriminación debe ser promovida en todo momento y lugar, muy especialmente desde la más tierna infancia, a partir de su formación en el hogar y en la escuela.
Abrir oportunidades, acoger, abrazar, nos permite avanzar juntos, ser mejores. Vamos que se puede!