Por segundo año consecutivo la Pandemia limita las posibilidades de vivir y celebrar los misterios centrales del cristianismo en esta Semana Santa. El ímpetu de muchos por tener la posibilidad de salvar lo ritual ha llevado a un desfile de links en redes sociales, ecos virtuales de diverso tipo, pronunciamientos jurídicos, retractaciones gubernamentales y a las infaltables lecturas de lo religioso. Que duda cabe que se extrañará una vez más, la posibilidad de celebrar los misterios pascuales con toda su carga ritual. Los signos litúrgicos, entre otras cosas, evidencian con medios visibles lo que Dios nos ofrece de lo invisible. De ahí que se requiera celebrar vivamente el decir de Dios al sujeto y a la comunidad. El rito es una consecuencia visible y necesaria, de la invisible relación de Dios con su pueblo, visibilidad de aquella realidad que la propia condición humana solicita en su creer.
Una cosa es tener una formalidad, un vínculo nocional con la fe, incluso descubrir su lógica interna, analizar su lugar, su coherencia histórica, la valorización de los acontecimientos narrados, etc., pero otra cosa es hacer de lo creído una fuente querida, con la cual se entra en relación vital fruto de una afección existencial. De este modo, porque se es capaz de amar aquello que nos trasciende, se puede también respetar, cuidar, meditar, y celebrar. La experiencia de amor hacia Jesucristo cambia el modo de relacionarse con él, y porque se ama entonces se puede entrar a, conjeturar, puntualizar y definir, la vida que la relación con él hace germinar.
De esta manera se entra en la dinámica de la fe que mueve e impulsa al creyente a una auténtica adhesión, posibilitando transformar las realidades visibles en un verdadero objeto de devoción sugiriendo al Invisible. Incluso en circunstancias en que esto no se pueda vivir plenamente, como en tiempos de Pandemia.
En efecto, nadie puede querer lo que su corazón no ha sentido primero; pero querer creer lo que hay que creer, es querer con rectitud. Nadie puede, por consiguiente, quererlo si ignora lo que hay que creer. La solicitud recíproca de estas variables queda así explicitada, y en esta ocasión, una vez más, nos exigirá una condición no ritual, sino existencial del invisible, lo que fortalecerá el corazón de los que buscan a Dios, en medio de una Pandemia.