Como nunca antes hemos tenido tantos candidatos y tantas elecciones al mismo tiempo, en un mismo año y con una pandemia en nuestras espaldas. En esta ocasión me centraré en las elecciones presidenciales de fin de año, donde ha irrumpido un nuevo candidato, sumándose a los muchos ya existentes, Gabriel Boric, lanzado al ruedo por un movimiento llamado Convergencia Social, y ahora también respaldado por Revolución Democrática, ambos adscritos al Frente Amplio.
Pocas veces se ha visto que a menos de un año se tengan tantos candidatos, o pseudocandidatos, tanteando el terreno sin que asome ninguno como favorito de lado y lado. Si bien las encuestas posicionan desde hace tiempo a no más de dos como potenciales ganadores (Lavín y Jadue), los bajos porcentajes que les favorecen, y la gran proporción de indecisos, revelan que estamos ante un escenario está extremadamente líquido donde puede ocurrir cualquier cosa. Lo único que se podría asegurar es que, si concurren más de dos candidatos, como es lo más probable que se dé, nadie ganará por mayoría absoluta, y que por tanto, habrá segunda vuelta.
Al menos hasta ahora, por la derecha y la centroderecha ya están corriendo, o probando como viene la mano, 6 candidatos (José Antonio Kast, Joaquín Lavín, Evelyn Matthei, Mario Desbordes, Ignacio Briones y Sebastián Sichel); en tanto que por la izquierda y la centroizquierda, hasta ahora van 7 candidatos (Daniel Jadue, Pamela Jiles, Paula Narváez, Luis Maldonado, Ximena Rincón, Heraldo Muñoz y Gabriel Boric). Si bien se sabe que para julio están programadas las primarias presidenciales, cuyos resultados para quienes participen en ellas son vinculantes, se desconoce tanto qué coaliciones irán a estas primarias. Tampoco se sabe quiénes son los candidatos que estarán disponibles para ir a ellas, quienes optarán por saltárselas para estar en la papeleta de noviembre, así como quienes tirarán la toalla de aquí a noviembre.
Lo más probable es que los resultados que arroje la convocatoria que tendrá lugar en abril para elegir convencionales, gobernadores, alcaldes y concejales, nos den mayores pistas, apuntalando a unos y hundiendo a otros. Entre paréntesis, no podemos obviar que esta convocatoria está en riesgo por una pandemia que está afectando con mucha fuerza en todo el país y que impide que la atención se centre en la justa electoral de abril.
Sin perjuicio de ello, llama la atención que para la elección de convencionales, la derecha haya logrado concentrarse en una única lista, mientras la izquierda se ha desperdigado en una multiplicidad de listas. Con ello se farrea la posibilidad de cambios sustantivos a nivel constitucional dado que bajo el sistema electoral en que se desarrollará la elección, es un hecho que la izquierda estará subrepresentada. Ello ocurrirá por su propia incapacidad para superar el extremo divisionismo que le afecta.
Lo paradojal estriba en que la presencia de una derecha reunida en una única lista para la elección de quienes elaborarán la nueva carta fundamental, es consecuencia directa de la aplastante derrota experimentada en el plebiscito de octubre del año pasado. Allí su opción de mantener la actual constitución a duras penas sobrepasó el 20%, mientras la opción de cambiar la constitución obtuvo casi el 80%. El contundente triunfo de quienes querían cambiar la constitución, por el contrario, ha contribuido a dar por ganado lo que no se ha ganado aún, creyéndose que la partida estaba ganada. La frustración que muy probablemente sobrevendrá traerá secuelas insospechadas.
Lo señalado demuestra una vez más que las derrotas enseñan más que los triunfos. Éstos tienden a enceguecer, a obnubilar, a perder la brújula, todo lo contrario de lo que suelen producir las derrotas, las que invitan a la reflexión, a la maduración, al aprendizaje. En su momento sostuve que el triunfo del apruebo en el plebiscito de octubre del año pasado corría el gran riesgo de convertirse en una victoria pírrica. Y así me temo que sea.
Haciendo el símil futbolístico, cuando muchos creían que el partido había terminado, la realidad era que recién había terminado el primer tiempo, que vendría un entretiempo y que si el contrincante lo aprovechaba, podría revertir el resultado alcanzado cambiando su estrategia para el segundo tiempo. El partido termina cuando sean elegidos los convencionales.
Incluso más, ni siquiera entonces se podrá festejar, ya que solo deberíamos hacerlo el día que emerja una constitución con la que concuerden no solo unos pocos, ni siquiera una mayoría, sino una gran mayoría, para que el país la sienta suya. Cuando sobrevenga ese día podremos cantar victoria y festejar con bombos y platillos. Ese día Gardel volverá a cantar.