Hace 130 años un joven estudiante de leyes de 25 años de edad y de nombre Arturo Alessandri Palma, hizo su tesis de título sobre un tema inédito, extraño y casi ajeno a las materias abordadas en la época por los aspirantes a esa profesión: “Habitaciones para Obreros”. Por primera vez se volvía la vista y la atención a una de las más desmedradas condiciones de la gran clase popular del siglo XIX: la vivienda. Pero además de sacar a relucir un drama de crueles contornos, el futuro Presidente de Chile determinaba una responsabilidad ineludible de los gobernantes en la solución de este agobiante, pero desconocido (o tal vez eludido) problema.
En su trabajo, Alessandri destacó situaciones que, desde la primera mitad del siglo XIX se estaban dando en las grandes ciudades, Santiago, Valparaíso, Concepción, en menor escala Talca o Chillán, cuando, por la instalación de fábricas e industrias, el hombre de campo buscó un presumible mejor destino allegándose a estas fuentes laborales, lo cual hacía, generalmente, con toda su familia. Se iniciaba el poblamiento marginal de los centros urbanos, que se convirtió en fuente de mortalidad infantil, enfermedades infecciosas de amplia letalidad y caldo de cultivo de poderosos movimientos sociales y políticos que no inquietaron a los gobernantes de turno hasta que éstos le estallaron en la cara.
La Memoria de Alessandri abrió una discusión (pero que no se expresó en soluciones) sobre algo que estaba latente en muchos sectores, pero no era materia prioritaria.
En 1868, período del Presidente José Joaquín Prieto, se dictó una ordenanza municipal en Santiago que prohibió levantar ranchos dentro de ciertos límites urbanos. La medida, tal vez la primera de auténtica discriminación de nuestro país, fue luego replicada en otras ciudades. Era como prohibir la pobreza o las necesidades básicas y su efecto fue casi nulo.
En 1883, en el gobierno del Presidente Domingo Santa María, se promulgó una ordenanza que autorizaba a los municipios a conceder algunas franquicias a los empresarios que construían habitaciones para obreros, las cuales eran uso gratuito de agua potable por diez años y eximir de las contribuciones por pago de sereno y alumbrado. Tal vez sea el primer subsidio que concedió el estado para estimular la edificación popular.
LEY DE MUNICIPALIDADES
Sin embargo, los municipios, que hasta fines del siglo XIX eran entes netamente decorativos, tuvieron un significativo estímulo de atribuciones y alguna solvencia con la dictación de la famosa “ley de la comuna autónoma”, promulgada en el Diario Oficial del 22 de diciembre de 1891. Esta vez, en lo referido a las viviendas, en el artículo 24, inciso 3 de este cuerpo legal se obligaba a los municipios a dotar a sus jurisdicciones de baños públicos gratuitos y proveerlos de agua potable mediante pilas o fuentes.
En esta norma se mantuvo la prohibición de construir ranchos, pero se les obligaba a fomentar la edificación de buenas viviendas para obreros, sin embargo, al carecer las alcaldías de direcciones de obras, se vieron impedidas de revisar los planos y a fiscalizar las medidas de higiene.
LOS BROTES EPIDÉMICOS
Instalada la discusión sobre la necesidad de establecer viviendas para los sectores más desposeídos, desde 1900 la preocupación por la salubridad y la habitabilidad de ese postergado segmento social fue en aumento. Surgió entonces la idea de crear conjuntos de casas llamados “cites”, una construcción ya utilizada en Europa y que eran habitaciones de fachada continua con un espacio común privado, desde el cual se accede a la calle. Hubo edificaciones que aún se mantienen y hoy han sido restauradas tanto en la capital como en otras localidades, por la buena calidad y el concepto de barrio que crearon.
En 1889 se realizó en París un Congreso Internacional de Casas Baratas. En estas conferencias, el académico francés George Picot, sugirió otorgar, a quien lo mereciera, una “subvención del estado”, lo cual unido a un ahorro proporcional del favorecido, podía hacer factible la obtención de una vivienda. Este es, sin lugar a dudas, el punto de partida del “subsidio habitacional”, que un siglo más tarde se aplicaría exitosamente en nuestro país.
Esta nueva modalidad dio origen a la dictación de la Ley de Habitaciones Obreras, promulgada con el número 1.838 el 20 de febrero de 1906 por el Presidente Germán Riesco. Esto convirtió a Chile en uno de los países que, al menos en la teoría, desarrolló en forma más temprana una legislación habitacional.
Pero…
LA LACRA DEL CONVENTILLO
Sin embargo, del “cité” capitalino, a lo largo del país, pero en especial de la zona central, estos conglomerados urbanísticos derivaron en el tristemente recordado “conventillo”, llamado así, por cuanto eran construcciones de largos corredores que evocaban un convento (de ahí su nombre), levantadas principalmente por hacendados, donde vivían los inquilinos, en dos o tres piezas, sin luz, cocinando dentro de las habitaciones, rara vez con agua potable, nunca con electricidad y que daban a un patio común, donde se colgaba la ropa, arrojaban los desperdicios de todo tipo a canaletas y los niños crecían (cuando lograban sobrevivir) con secuelas de tuberculosis o viruela.
En una de estas sórdidas viviendas nació Neruda en Parral mientras en la pieza contigua agonizaba de tuberculosis la hermana de su madre doña Brígida Basoalto, fallecida a pocos días de la llegada del futuro poeta a este mundo. La mortalidad infantil, dicho sea de paso, llegaba al 40% en 1910, el año en que Chile celebraba fastuosamente y con derroche de recursos el primer Centenario de la Independencia.
Aun cuando el 15 de septiembre de 1892 se creó el Consejo Superior de Higiene Pública, para asesorar al gobierno en materias de Salubridad, especialmente en las poblaciones, su gestión carecía de atribuciones para aplicar sanciones y determinar prevenciones contra las epidemias que asolaban el territorio.
TERREMOTOS, RENOVADORES URBANÍSTICOS
Si bien el cataclismo de 1906 tuvo algún impacto en las políticas de esta área, fue en el terremoto del 24 de enero de 1939 cuando las autoridades, encabezadas por don Pedro Aguirre Cerda, enfrentaron la primera crisis, especialmente en el Maule, cuando cientos de familias quedaron sin casas.
La situación encontró a un país que aún no creaba el Ministerio de la Vivienda y los temas referidos a esta importante materia eran resueltos por varias carteras, en especial la cartera de Salubridad, Previsión y Asistencia Social, que en la época del sismo lo dirigía el médico talquino Miguel Etchebarne Riol, quien había sido Intendente de Talca en 1932 y luego regidor.
El Ministro, en viaje a Parral y Cauquenes, acompañando al Presidente Aguirre, ante la desesperación de las familias sin techo, hizo construir barracas donde se hacinaron los damnificados. A ello siguieron pestes y otras infecciones. Etchebarne, cuyo recuerdo no ha sido lo suficientemente valorado, representó a nuestro país ante la Organización Mundial de la Salud (OMS) y dio una dura lucha hasta erradicar el fatídico tifus exantemático, exacerbado por la tragedia y la miseria imperante. No sabemos si una calle de Talca lleva su nombre.
La creación de la Corporación de Reconstrucción y Auxilio permitió edificar sólidos edificios que aún existen. Ya en esa fecha, se debatió la construcción de viviendas ligeras, armables y que permitieran a la familia privacidad, lo cual es el origen de la mediagua, hasta hoy conocida.
MINISTERIO DE LA VIVIENDA
Sin embargo, es incomprensible que para un país sísmico por excelencia como el nuestro, solo tras el cataclismo casi universal de 1960, se fundó, cinco años más tarde el Ministerio de la Vivienda y Urbanismo, además de un organismo especializado en edificaciones para clase media denominado Corvi (Corporación de la Vivienda), junto a otros organismos que aceleraron la opción de viviendas baratas e higiénicas para sectores de obreros y empleados.
Pero en 1960 e incluso diez años más tarde, Santiago y otras ciudades estaban rodeadas de las “poblaciones callampas”, nombre que se les daba por cuanto surgían tan espontáneamente como los hongos tras la lluvia. Más tarde fueron campamentos y aún en nuestros días, con las exitosas políticas de subsidios, el drama siguen siendo los campamentos.
(De nuestro trabajo “El Origen de la Vivienda Social en Chile”, en el libro “Constructora Independencia, 30 Años”)