Cuando eres la víctima, cuando todos los días te muestran homicidios, robos y portonazos, la condena y el castigo aparecen como la salida más obvia. Hay gente, sin embargo, que piensa que la solución es otra. Que la respuesta está en ir a la cárcel y escuchar a los internos, en ayudarlos cuando deben volver a integrarse a la sociedad. Texto y fotos: Rodrigo Contreras Vergara.
Si fuera tan fácil como apagar la televisión, no ver los noticiarios. Enseñar en vez de castigar. Repetir una y mil veces que no eres un asesino sino una persona. Pero no es fácil. Las noticias siguen vomitando malas nuevas. La sociedad, nosotros los ciudadanos, nos seguimos cerrando o más bien encerrando. Y así por los siglos de los siglos.
Mientras tanto, unos pocos hombres y mujeres bienintencionados quieren hacer las cosas de otro modo, escribiendo sobre el agua, predicando en el desierto. No importa. Subiéndose a una bicicleta y encarcelándose sin haber cometido delito alguno.
Predicar con el ejemplo. Así las palabras sobran. No hay pirotecnia. No hay notas en la tele, no hay videos viralizados, no hay marchas multitudinarias. A lo más, un día cientos de brazos unidos alrededor de una cárcel. A lo más, visitas entre rejas para intercambiar la experiencia de la fe.
Esta historia tiene nombre y apellido, Guido Goossens, el hombre de la bicicleta, el secreto mejor guardado de la Iglesia Católica. Sin ser cura, tan solo un diácono, este belga se ha ganado el cariño del talquino que no sale en la tele, ni en los diarios, ni en las redes sociales. O tal vez sí en las redes sociales, pero de soslayo, en segundo plano.
Porque Guido Goossens le hace el quite a las entrevistas, a los periodistas que entrevistan. Lo suyo es predicar con el ejemplo. Andar en bicicleta. Ir a la cárcel, charlar, escuchar. Entonces hay gente que se entusiasma y cree que cambiar es posible.
Gente como Jaime Valdés, sicólogo, o Gustavo Madrid, simple ciudadano de Talca. Gente que acepta una entrevista para charlar de la Casa de Acogida “Puertas Abiertas”, en donde un grupo de personas -bajo el sigiloso ejemplo de Guido Goossens- apuestan por quienes cometieron un delito y hoy, cuando salen en libertad, necesitan ayuda, un cuarto donde pasar la noche, donde vivir mientras intentan reincorporarse a la sociedad, una sociedad prejuiciada, asustada, encerrada en sus miedos, dicen Jaime y Gustavo.
Contra el rechazo
Por eso cuesta tanto sacar adelante el proyecto. Así y todo, siguen ahí, desde el 2009, cuando abren la casa en un inmueble que el Obispado de Talca les ha entregado en comodato. Calculan que desde esa fecha unas 150 personas han pasado por sus dependencias. Una iniciativa derivada de la Pastoral Penitenciaria, que tiene a Guido Goossens como farol desde inicios de los años 90.
La Casa de Acogida se maneja a través de una directiva encabezada por Víctor Núñez como presidente; Jaime Valdés, secretario; y Natalia Cerda, tesorera. Subsisten gracias a apoyos esporádicos de gente de buena voluntad. Y a una subvención municipal a la que deben postular todos los años.
El año pasado, en junio, decidieron parar, dejar de recibir a quienes salían de la cárcel. Querían repensar el proyecto. Estaban llegando personas con problemas más complejos, donde la droga y el alcohol hacen más difícil la tarea de reinserción. Se requiere de nuevos protocolos, de una labor más presencial. Lo hicieron y ahora a fines de febrero volvieron a recibir a una persona. Van remodelando la casa a medida que reciben aportes.
Ubicado en la 7 Oriente con 10 Sur, frente a la cancha de fútbol de la Población Costanera, cerca del remodelado parque Piduco, el inmueble es amplio, pero se nota que requiere de arreglos. Posee ocho habitaciones individuales, con el mobiliario básico. Huaso, un gato de tonos grises, se pasea por el patio entre tablas donadas recientemente para realizar reparaciones. Pero una reforma integral, que es lo que el recinto necesita, requiere de mucho más que unas tablas. Y eso cuesta. La gente, en general, cuando sabe que es una casa que acoge a ex presidiarios, rechaza entregar cualquier ayuda. Una postura que Gustavo Madrid asegura que se ha mantenido con el paso del tiempo. Desde el 2009 la percepción no ha cambiado. Menos ahora, acota, con tanta noticia negativa en los medios. No hay noticiario que no inicie con crónica roja, con portonazos, robos y homicidios. Así cualquiera se asusta y de ahí solo un paso para atrincherarse en los prejuicios.
Jaime Valdés recuerda que el 2009 partieron con jóvenes que podían optar a beneficios por buena conducta. Sin embargo, al no contar con redes de apoyo debido a que la familia no los aceptaba o eran de otra ciudad, se quedaban a medio camino. La casa les abrió sus puertas dentro de un proceso mayor de recuperación. Porque el sicólogo reconoce que la tarea no es fácil y necesita de diferentes niveles de ayuda.
“Después de 20 años en la cárcel esta persona no solo pierde a su pareja, a su familia, también sale con una crisis de identidad, con depresión…No tiene mucho que perder si delinque de nuevo, pero la comunidad sí tiene mucho que perder”, argumenta dejando en claro la responsabilidad de la sociedad en el proceso de reinserción social. Gustavo Madrid acota al respecto que “la población penal es parte de la sociedad chilena”.
Ejemplos de optimismo
¿Hay resultados positivos? Pese a las dificultades y carencias, dicen que sí. Incluso, quieren sistematizar esos resultados para poder postular a financiamiento de organismos de Gobierno.
El optimismo es parte de quienes optan por ayudar desde la falta de recursos. Jaime Valdés indica que ha escuchado en el ámbito de la Convención Constitucional algunas ideas para discutir los procesos de otorgamiento de libertad. “Tengo esperanza de que pueda darse un tratamiento distinto”, argumenta. Hay predilección -precisa- por los castigos severos, sin poner atención a las particularidades educativas, culturales y familiares de quienes delinquen, factores importantes para generar una pena humana que promueva un cambio.
Madrid aporta ejemplos concretos. “H” pasó por la cárcel, luego recibió el apoyo de la Casa de Acogida y hoy, totalmente reintegrado, retribuye dicha ayuda apoyando a la entidad como asesor técnico. O el caso de “G”, también ex presidiario, que salió adelante gracias a un puesto en el Crea y que periodicamente les aporta con frutas y verduras.
Otro ejemplo es el de “J.H”. Quedó huérfano a los 8 años. No logró adaptarse a su nueva famiia y comenzó a salir con un vecino. Se iban a subir a los trenes y empezaron a vivir en la calle. Macheteaban y robaban. Dormían en un refugio que armaron en un vagón. Apareció la droga y el alcohol y de ahí a los delitos más grandes. Cae detenido y cuando puede acceder a algún beneficio llega a la casa. Hoy, recuperado, se dedica al reciclaje.
La ruta de “J.H” es la misma que siguen muchos menores de edad. “Cuando uno es niño -explica Jaime Valdés- uno es puro ser, no tiene conciencia que existe. A los 13 años ese niño que dejó su casa se da cuenta que no le importa a sus padres, toma conciencia que su vida es terrible y comete delitos porque tiene rabia. Ese niño empieza a defenderse del mundo, se siente agredido. Esas conductas inadaptadas son conductas de protección”.
El círculo lo cierra una sociedad -enfatiza Gustavo Madrid- invadida por el miedo. “Vemos demonios en todos lados”. Bajo ese prisma la reinserción es un anhelo vano. Por eso, insiste, hay que perseverar como sociedad. “Cómo entregar a la gente confianza, esperanza, paz”, se pregunta. Los medios de comunicación, advierte, tienen mucho que decir al respecto.
En una de sus visitas a la cárcel, un interno le repetía que él era un asesino. Y Madrid le devolvía un “no, tú no eres un asesino, tú eres una persona”. Y el interno no le entendía. Seguía repitiendo que era un asesino. Y Gustavo Madrid insistía y sigue insistiendo. “Tú eres una persona”.