¿Enseñamos en nuestras escuelas la Historia desde la perspectiva de los pueblos latinoamericanos y afrodescendientes? ¿Difundimos saberes ancestrales en nuestras universidades? ¿Valoramos más un colegio alemán, francés o italiano a uno intercultural? ¿Asociamos a una persona clara con «extranjero» y a una de piel oscura con «migrante»? ¿Preferiríamos que nuestros hijos se casen con una mujer blanca de apellido europeo o con una que se identifique como parte de un pueblo originario?
Las respuestas a estas preguntas ponen en evidencia que Chile es un país racista:lo somos ynecesitamos asumirlo para poder trabajar desde la educación y consolidar así un proyecto de sociedad más justa y democrática.El racismo es una ideología según la cual los seres humanos se clasifican en razas, donde unas son superiores a otras, tanto moral como intelectualmente. Así lo define, en simples palabras, el académico e investigador Daniel Mato, quien además señala que las universidades juegan un papel clave en el agravamiento de este problema, a través de la reproducción y naturalización del racismo, muchas veces de forma inconsciente.
La recomendación del informe de la Conferencia Regional de Educación Superior (CRES) es desmontar los mecanismos generadores de racismo, sexismo, xenofobia y todas las formas de intolerancia y discriminación.Tenemos que partir con plantearnos las preguntas, para ser capaces de percibir cuándo estamos actuando bajo concepciones racistas. Porque el racismo es una realidad naturalizada en nuestra sociedad, principalmente a través de actos simbólicos del sistema educativo y es nuestra labor, desde las Universidades, comenzar a desmontarlos.
Dra. Pilar Valenzuela Rettig
Investigadora asociada al Programa de Doctorado en Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Chile