Serán tantos los candidatos el 11 de abril -más de 22 mil en todo el país- que bien vale la pena cualquier ayuda que podamos recibir. O brindar.
No se trata, por cierto, de decirle a Ud. por quien votar. Eso sería una falta de respeto enorme a su libre albedrío cívico y soy una persona respetuosa de sus derechos y libertades. Más bien es un intento de entregar a Ud. algunas pautas, ciertos detalles en los que se debe poner atención al momento de decidir a quien se escoge, en cada uno de los cuatro votos que se nos entregará el día ya señalado. Y, luego de su correspondiente análisis, pueda Ud. apartar de su preferencia, como quien separa la paja del trigo, a aquellos que no merecen ni siquiera que les haga la cruz.
Por de pronto, le aconsejo que se abstenga de marcar a los candidatos eternos. Esos que ha visto Ud. en incontables elecciones desde hace décadas. Que no se pierden una y las han perdido todas. Lo más probable es que sean relleno, nombres para completar la lista, aceptados en las intensas negociaciones porque no restan posibilidades a nadie. Y si nunca han sido escogidos, seguramente, poco podían ofrecer.
Tampoco marque aquellos nombres que Ud. ha visto figurar en listados diversos. Candidatos de un partido, después de otro, más tarde de uno diferente y hoy representan a otro más. Esta suerte de candidato políticamente promiscuo no es buen indicio. La fidelidad en materia política y electoral, y no sólo en ella, permite definir y elegir. Y nos evita la sorpresa de constatar que nuestro candidato se cambió de camiseta.
Y si Ud. es de los que vota desde hace años, ya debe haber aprendido a alejarse de los promitentes compulsivos. Esos candidatos que tienen promesas para todo y para todos. No les importa que la promesa exceda por mucho las atribuciones o el ámbito del cargo que pretenden. Se ha visto candidatos a concejal mejorando las pensiones o candidatos a diputado pavimentando calles. No les crea. De ser electos, no tendrán atribuciones ni competencias en aquellos asuntos y si Ud. les escogió esperando cumplimiento, la decepción le llegará antes que lo prometido.
En el ámbito de las ofertas y promesas, desconfíe de quienes proponen -a cambio de su voto- una serie casi infinita de mejoras, aumentos y progresos. En especial, aquellas casi etéreas, abstractas e inasibles. “Quiero un Chile en que todos volvamos a sonreír”, “Una sociedad en que no importe lo que tienes”, “Yo creo en Chile y en su gente”, y otras frases tan lindas como esas. Tan demagógicas como esas. Las ofertas abundantes en derechos, pero escasas en deberes. Las soluciones mágicas, esas que cuestan casi nada y que colman todas las carencias y satisfacen todas las expectativas, sin dar luz alguna de dónde provendrán los recursos, sólo traen desencanto, dañan la democracia e impiden el progreso efectivo.
No marque -por último- a aquellos candidatos que parecieran ser expertos en todo. Que lo mismo opinan de economía, de justicia, educación, minería o relaciones exteriores, sin haber estudiado ni tener aproximación alguna a estos temas. No vote por aquellos que inician sus intervenciones diciendo, por ejemplo, “no necesito ser economista (o médico, abogado, profesor, empresario) para decidir en este tema”.
Las decisiones de abril son demasiado trascendentes para votar por casos como los descritos. Casi siempre, resultan ser no más que políticos. Y candidatos.