En octubre del 2019, Máximo González entró a grabar su tercer disco. Se demoró dos semanas, y mientras preparaba el lanzamiento, las noticias hablaban de un Estallido Social. Apagó la tele y siguió, hasta que un aviso vino a postergar no solo ese concierto, sino cualquier idea de presentarse en vivo, con público, para tocar música. Nunca más, hasta hoy.
“Tampoco hubiese sido muy distinto”, aclara el bajista: “un disco que no es música comercial nunca tiene mucha atención. Y mi música no es un folclore de museos”.
La persona
Máximo González Cornejo vive en Talca. Aquí comenzó a tocar, como muchos, armando bandas de rock y repitiendo música en inglés, pero rápido se quedó solista. Entonces, las oportunidades de estudiar le fueron ajenas: “La Academia está relacionada a la industria musical, entonces genera productos con la fórmula del pop, o del jazz. Un consejo para un músico es buscar maestros y estudiar todo el día, pero lejos de las escuelas de música. Es un esfuerzo triple, pero es un camino propio”, explica.
En 2015 intenta irse a Argentina, pero no resultó. Con la moneda extranjera en sus bolsillos, decide grabar un disco. Llega a Estudios Ion, lugar donde estuvo Spinetta, Piazolla, o Mercedes Sosa, nombres que dan mística a un espacio físico. ¿Cómo esto podría influir? “Hay cosas que no descubres hasta que se graba. La sonoridad que resulta de una grabación es lo que da el vuelo a la música”, dice, sobre ese álbum homónimo.
La música
Desde ahí, cualquier persona dirá que Máximo toca música mapuche. “Tampoco me agrada esa descripción, pero sí me la dicen mucho. Creo que es más bien una fusión de ritmos chilenos”.
En su obra, trabaja elementos foráneos, desde un bajo eléctrico sin trastes (fretless), bajando ideas a su música, la que dicen que suena mapuche: “La tradición barroca tiene un glissando, una transición de las notas que quedó para siempre en la música, ya sea romántica, ya sea rock. A mí me gustaría lograr un estudio, investigar, abordando el glissando mapuche, en cómo se pueden tocar estas melodías a través de esa forma”.
Máximo siguió buscando, ahora a dúo con Luis Castillo, baterista, quien percute debajo de 1, 2 o 3 bajos que suenan simultáneos, una música donde este instrumento se desdobla al infinito. “Dicen que la música es un lenguaje, donde uno no inventa nada, solo aprendes vocabulario para expresar tu mensaje. Como decía Nicanor Parra, ‘pretendo crear mi propio alfabeto’, y ese es mi juego”, dice, quien firma en 2017 el disco Dúo, segunda pieza autoeditada por Moa Records.
La tierra
Sobre su influencia mapuche, Máximo apunta que “la ecología es la piedra angular de esta cosmovisión, la relación con la tierra. Su relación con el entorno es diferente”. Y también marca diferencias: “Trato que no sea un trabajo oportunista, no es algo del momento actual”.
Desde ahí, su sonido se abre hacia el norte. El tercer disco ofrece ritmos de rin, huaynos andinos y hasta la polca tradicional. Pero, ¿cuántas canciones de polca, de huayno, hemos escuchado en el último año, en toda la vida? La cultura no siempre es popular, y en este músico la reflexión no trae futuro.
“Ya no sé cómo podría ser peor. Hoy tengo que crear la música, grabarla, editarla, para luego hacer difusión, incluso tengo que vender los discos”, dice, desde la autogestión. Por eso es difícil encontrar estos discos en Spotify o en Youtube, siendo ajeno a la revolución digital: “Las ganancias por internet son una burla al trabajo del músico”.
El consuelo es estudiar, dice, “soltar la mano como un pintor, no en 2 o 3 cuadros, sino en una vida de trabajo, hasta lograr un estilo (…) lo importante es lo que puedes generar con la música, qué energía puedes alcanzar para entregársela a las personas”, en un período de escenarios vacíos, de noches sin música, donde solo queda oscuridad.
Su tercer disco, Tregül (2020), nos trae el nombre indígena del queltehue, aquel ave que avisa, que está alerta. Desde el mapudungún, mapuche se traduce como “gente de la tierra”. Y González es quien hace música desde la tierra, entre la gente, y ahí su obra brota desde Talca, haciendo de Máximo un hombre del Maule.