Hola ¿Cómo están? Quiero contarles que pese a estar ocultos tras una mascarilla hemos desarrollado la capacidad de reconocernos, aunque con un poco de dificultad, pero cada vez es más habitual.
Sin embargo, hay dos personas en Talca que no solo son reconocibles fácilmente, sino que tienen la capacidad de transportar a más de una generación a épocas llenas de alegría.
Antiguamente era muy fácil entretener a los niños, porque bastaba con llegar a la Plaza de Armas y disfrutar de corretear a las palomas o darles migas de los barquillos que se comprabas en la esquina suroriente, correr por el pasto o ir a la fuente de agua frente a el ex Hotel Plaza, donde podíamos pasar bastante tiempo mirando y contando los peces de colores.
Los días de pago de los padres eran los más entretenidos, porque el paseo iba acompañado de helados bañados de San Agustín que disfrutábamos sentados en las bancas, bajo las enormes sombras de los añosos árboles que aún permanecen adornando la Plaza de Armas, y el día terminaba con un remolino de papel de colores brillantes.
En este escenario de una feliz infancia, aparecen siempre en escena dos personajes que son parte del inventario de la plaza. Me refiero a Juan José y Luis Arturo Gutiérrez Bravo, quienes llevan 45 y 43 años, respectivamente, vendiendo desde los tradicionales barquillos y algodón, hasta golosinas, globos y máscaras, para hacer de los tradicionales paseos familiares una experiencia inolvidable para los pequeños.
Lo llevan en la sangre, dicen ellos, al recordar a su padre que abrazó la misma profesión, fabricando y vendiendo barquillos en la misma esquina donde hoy están sus hijos. Juan José recuerda que a los ocho años comenzó a acompañar a su padre, una tradición que quedó en la familia con el paso del tiempo y que le ha permitido endulzar la vida de varias generaciones.
Hace 45 años se instaló en la esquina suroriente de la plaza a vender barquillos, como lo hacía su padre. Pero con la idea de innovar fue incorporando otros productos a su oferta que le entregó muchas alegrías, como los tradicionales remolinos de viento que fabricaba en su casa y luego los vendía, junto a los barquillos, un panorama imperdible para los niños y las niñas que hoy bordean los 30, 40 y 50 años.
Hoy con dos hijos y una familia, Juan José tiene entre sus más lindos recuerdos de su vida en la Plaza de Armas de la ciudad, quienes durante dos años, junto a su hermano y los demás comerciantes, lograron entregar entretención y alegría a los niños y niñas de distintos hogares de menores que funcionaban en la ciudad.
Navidades que -sin lugar a duda- repetirían, porque no solo los niños y niñas disfrutaron, sino que ellos fueron los más beneficiados. Así lo recuerda Luis Arturo, que lleva 43 años en la misma plaza, donde comenzó vendiendo algodón de azúcar, para luego seguir los pasos de su hermano e instalarse con más productos, para que la familia entera disfrute de este tradicional paseo talquino.
De aspecto un poco tosco, serio y hasta intimidante, a veces, estos hermanos se asemejan mucho a Jake Blues y Elwood Blues de la película de 1980 “Los Hermanos Caradura”. Y no precisamente por su rudeza, sino que por su corazón de abuelita, para con los niños y niñas que disfrutan de las ocultas entretenciones que tiene la Plaza de Armas de Talca.