Estoy por creer, tal como lo plantean algunos ecologistas profundos y apocalípticos, que la pandemia que nos afecta es la manera con que la naturaleza se venga de nosotros, los humanos, por todo el daño que le hemos infringido desde hace mucho. Y si el título de esta Columna parece nombre de novela, la teoría señalada al comienzo podría ser, perfectamente, el argumento de una serie de ciencia ficción, de esas que tanto éxito han cosechado en estos tiempos de confinamiento y fastidio.
¿Recuerda el lector “La guerra de los mundos”? La novela, de H.G. Wells y, más tarde, la versión radiofónica de Orson Welles dicen que los imbatibles marcianos que nos invadían fueron, finalmente, vencidos por unas bacterias contra las que carecían de toda defensa. O sea, por muy portentoso que se sea, algo tan minúsculo como un microrganismo puede vencer a quienes se sienten invulnerables.
¿Será que la humanidad, con sus artilugios tecnológicos, su inteligencia artificial y su hiperconexión omnipresente, se creía indestructible? ¿Será que la soberbia, uno de los tantos pecados que cometen, llevó a los humanos a creerse el cuento y erigirse en señores de la creación y amos del infinito… y más allá?
Pareciera que en eso estábamos cuando, el 31 de diciembre de 2019, China informó la aparición de 44 casos de una neumonía por causas no identificadas. El 6 de enero siguiente ya había reconocido al nuevo virus dentro de la familia de los coronavirus, reportando 53 personas infectadas. El 9 de enero de 2020 ocurre la primera muerte en China. El 9 de marzo ya eran 3.809 en el mundo. Al 29 de septiembre los fallecidos totalizarán 1.000.040. Este 20 de marzo de 2021 ya van 2.694.181 y las muertes no cesan. Nadie imaginó, cuando empezaron a surgir las primeras noticias del virus y sus efectos en la salud humana a inicios del año pasado, la magnitud que iba a tomar la actual pandemia. No solo estamos presenciando una catástrofe sanitaria mundial, sino también una catástrofe económica y social cuya envergadura aún es imposible dimensionar.
Es en este ambiente de temor e incertidumbre que, algunos, proponen que el coronavirus es una suerte de venganza de la madre naturaleza ante el inmenso daño que le hemos causado y los abusos que la especie humana comete a diario en contra de ella.
Cuando nos sentíamos más por encima de la naturaleza y, sobre todo, cuando percibíamos que más la controlábamos y dominábamos, ésta nos está mostrando con violenta y dolorosa vehemencia, lo ilusorio de nuestra creencia. Porque no sólo se trata del virus. A la pandemia debemos sumar el calentamiento global y el cambio climático. La suma de estas amenazas nos demuestra que estamos a merced de ella, de sus límites, de su fuerza indómita. De alguna manera volvemos a vivir el temor y la amenaza que embargaban al mundo pre-moderno ante la fuerza y la capacidad de aniquilación de la naturaleza. La pandemia y el cambio climático están haciendo trizas muchas de las certezas que sustentaban la soberbia. No somos los señores ni amos de la creación. Somos, apenas, una parte de esta y la lección, que dolorosamente estamos aprendiendo, nos debe llevar a una nueva actitud, menos depredadora y más protectora en nuestra relación con ella.
Si los marcianos de la novela hubieran sobrevivido, probablemente no habrían mirado en menos, nunca más, a las bacterias. Cuando la humanidad se sobreponga a la pandemia y logre revertir el cambio climático, seguramente mirará con más respeto a todo aquello que le rodea y le acompaña, generosamente, en su paso por el mundo.