Dicen que las democracias estables son aburridas. Que el buen funcionamiento de un sistema democrático impide los sobresaltos, angustias e incertidumbres que, en otras formas de gobierno, son habituales. En una democracia madura y bien consolidada, los cambios de gobierno casi no se sienten. La ciudadanía de aquellos países sabe que los procesos electorales y la alternancia en el poder, consustanciales al sistema democrático, no alterarán su vida ni pondrán en riesgo sus propios objetivos personales. En síntesis, se dice que en una democracia sólida el tránsito desde una administración a otra es, apenas, una cuestión de matices.
Por otra parte, en una democracia imperfecta o en cualquier otro sistema diferente al democrático, los cambios de gobierno son traumáticos. En un ambiente así, la ciudadanía mira las elecciones con angustia y nerviosismo. Entre una administración y la que sigue, cuando la democracia está maltrecha o comienza a ser viciada, es mucho lo que suele estar en juego. La estabilidad laboral, la certeza patrimonial o el futuro familiar se tornan inciertos cuando dependen de la radicalidad de quienes se hagan cargo del poder. Entonces, el traspaso de una administración a otra ya no es un simple asunto de matices sino, más bien, de matrices.
Si atendemos a la Historia política de nuestro país en las últimas 3 décadas, es fácil concluir que la mayor parte de los cambios de gobierno que se han sucedido en ellas han sido meramente de matices. De esas administraciones, unas pusieron mayor énfasis en políticas sociales, otras en equilibrios económicos, algunas en la justicia histórica y otras en la equidad social. No obstante, la mayoría de esos gobiernos (siete mandatos) se diferenciaron en meros matices, acentos más fuertes en determinadas políticas públicas y menor intensidad en otras. La perspectiva histórica los ha ido homogenizando, diluyendo aristas que en su momento parecieron sustanciales y hoy se les considera, apenas, meras tonalidades del mismo espectro. No hubo en los 30 años anteriores al presente, cambios dramáticos, ni giros rotundos o vuelcos cardinales cuando cambiamos de gobierno. Y la ciudadanía, pese a las pasiones electorales del momento, intuía que en los comicios no se estaba jugando la estabilidad institucional ni la armonía social. Mirando hacia atrás, podemos percibir que los cambios se limitaron a matices. Nada más.
Hasta hoy. Porque creo que el Lector coincidirá conmigo en que, por estos días basta con leer un diario o ver algún informativo para advertir que transitamos por una suerte de espiral de cambios sustanciales. Por cierto, no todos ellos sujetos a los resultados electorales. El proceso constitucional, lamentablemente paralelo a las elecciones, ha contribuido a sumar incertidumbres e inquietudes. Desde la naturaleza del régimen político, pasando por la duración del mandato que se iniciará en marzo, la estructura del sistema legislativo o las libertades y derechos hoy garantizados en la actual Carta Fundamental, están en dudas y discusiones. Mientras tanto, los candidatos a la primera magistratura, algunos más que otros, atizan más que atenúan esas incertezas, suspicacias y aprensiones, con discursos abundantes en reformas radicales y ambiciones refundacionales. Hoy, pareciera que el cambio que se avizora no será de un simple matiz en la estructura social, sino un giro fundamental de la matriz que sustenta nuestra sociedad.
Y todo esto es lamentable. La clave del desarrollo y el progreso de una sociedad es, siempre, la estabilidad de las reglas, la certeza de las proyecciones y la confianza en los liderazgos. Un país cuya ciudadanía recela del futuro y de sus líderes, a la vez que intuye que las bases sobre las que se sustenta se estremecen al ritmo de las promesas, las advertencias y los designios de los aspirantes a conducirla, no progresa ni prospera. A lo más, aquellos que observan con cautela y aprensión el vendaval de transformaciones que puede sobrevenirles, intentarán resguardarse. Algunos, protegiendo sus patrimonios o defendiendo con coraje sus valores y principios. Otros, dando voces de alerta y testimonio de sus advertencias y temores. Y, la mayoría, mirará el futuro con angustia, apenas esperanzados en que sus peores aprensiones no se hagan realidad, añorando aquellos tiempos en que sólo eran matices, no matrices, los cambios que una nueva administración trae al país.