Seguro que no soy el único que, ante esa especie de página en blanco que es la mañana del primer día del año, y pese a lo temprano de la hora (la rutina se niega a permitir más horas de sueño), reflexiona. No muy profundamente, que tampoco son horas para eso. Pero, al menos, piensa en el devenir personal, familiar e incluso alcanza el ánimo para aventurar el incierto rumbo nacional.
Qué cree el Lector: ¿será mejor un año conocido, como el que se acabó recién o, al contrario, será preferible uno nuevecito, todo por conocer?
Del año pasado se puede decir poco más de lo que dijo la reina británica respecto de 1992: un “annus horribilis”. Y eso que a Isabel II le habían ocurrido sólo tragedias familiares, divorcios, infidelidades y esas cosas habituales entre los “royal”. ¡Ah!, también se le había incendiado uno de sus palacios. ¿Qué habrá de decir la reina ahora, cuando recién termina un año que sí merece, en toda su magnitud, el calificativo de horrible? Ignoro sinónimos en latín o en inglés, pero en chileno habría varios.
¿Será mejor la certeza de considerar que 2021 será igual de trágico, desesperanzador y desesperante que 2020? ¿Transitaremos por él entre cuarentenas, confinamientos y aforos reducidos? ¿Seguiremos luciendo mascarillas, sobresaltándonos cuando alguien estornuda cerca nuestro e indignándonos (con unas pocas gotitas de envidia) con los que viajan a la playa, al campo o a su cuarta vivienda? ¿Nos acostumbraremos, por fin, a no planificar más allá del miércoles, cuando se anuncian cuarentenas, avances, retrocesos, contagios y demás índices que echan por tierra cualquier programa o intención? ¿Los niños irán a clases presenciales? ¿Volveremos a ver en nuestras calles uniformes y transportes escolares? ¿Los colegios, servirán para algo más que local de votación (habrá varias), vacunatorio o cocinería solidaria? ¿La televisión ofrecerá nuevamente insustanciales programas de farándula? ¿Veremos el verdadero rostro de los candidatos (sería bueno) o seguiremos mirando la mascarilla (iba a poner careta, pero me arrepentí) que quieren mostrarnos?
Todo lo anterior, de seguir igual, hará de 2021 un año conocido. Horrible, pero, conocido. La otra opción es que 2021 sea diferente.
El ideal sería que durante él se fuera la pandemia y todos sus males. Más hermoso sería que la vacuna, inoculados todos, nos curara de nuestras otras dolencias: la envidia, la maledicencia, el chaqueteo, la impuntualidad y varias de las cuales no quiero, puedo ni debo acordarme. ¿Será posible que 2021 se lleve la corrupción y nos deje la decencia? ¿Que nos cure de las medias tintas y dobles discursos y nos inyecte franqueza y sinceridad en partes iguales? Si este año inicial todavía está por escribir, ¿no podríamos hacerlo “en limpio”? Y abandonar, de una buena vez, el hábito de dejar todo en borrador, en comisiones que elaboran anteproyectos y promesas que nadie toma en cuenta, o iniciativas piloto que en nada se parecen al resultado final.
Después de las tragedias siempre hay un respiro, un cielo más limpio y un ánimo como de cuaderno nuevo o de primer día de clases. Sería lindo que 2021 nos sorprendiera y fuera muy distinto al otro, al innombrable que, por “horribilis” se fue y quiera Dios que con él se vaya la pandemia y el virus que la parió.
* Licenciado en Historia. Egresado de Derecho.